En el mundo actual, Historicidad de la Biblia es un tema que genera gran interés y debate en diferentes ámbitos. Ya sea en el ámbito académico, social, político o cultural, Historicidad de la Biblia es un tema que no deja indiferente a nadie. Su relevancia ha trascendido fronteras y ha captado la atención de personas de todas las edades y profesiones. En el presente artículo, nos adentraremos en los diferentes aspectos relacionados con Historicidad de la Biblia, analizando su impacto en la sociedad actual y explorando posibles soluciones o enfoques para abordar este tema de manera efectiva. A través de una investigación profunda y objetiva, buscaremos comprender en su totalidad la importancia y las implicaciones de Historicidad de la Biblia en la actualidad.
La historicidad de la Biblia es la relación entre los eventos históricos y los relatos bíblicos. Es un tema conflictivo que enfrenta a distintas tendencias enfrentadas entre los eruditos estudiosos de la Biblia, acerca de su historicidad, no necesariamente a creyentes y no creyentes. En términos de Thomas L. Thompson, es la cuestión de su "aceptabilidad como historia". Puede extenderse tanto a la Biblia hebrea (Antiguo Testamento) como al Nuevo Testamento cristiano (cuestiones del Jesús histórico y la era apostólica).
Entre los muchos campos de estudio utilizados para dilucidar la cuestión están la historia de las religiones (historia del judaísmo, historia del cristianismo), la arqueología (arqueología bíblica), la cronología (cronología bíblica), la astronomía, la lingüística (lenguas orientales bíblicas, lengua griega), la literatura comparada, etc. Los eruditos en estudios bíblicos examinan el contexto histórico del texto bíblico, la atribución de autoría de cada uno de los libros y el contraste entre la narración bíblica y las evidencias externas.
Los descubrimientos arqueológicos en ámbito bíblico de los siglos XIX y XX han sido ambivalentes: mientras que unos parecen confirmar la narrativa del Antiguo Testamento, otros la ponen en cuestión.
Los distintos manuscritos bíblicos, ninguno de ellos autógrafos del primer redactor, y los múltiples cánones bíblicos, hacen imposible determinar la prevalencia de ninguno de ellos como única fuente.
Para determinar la fiabilidad de un manuscrito copiado, la crítica textual escruta cómo la transcripción ha pasado a través de la historia hasta su forma actual. Cuanto más grande es el volumen de los primeros textos (y sus paralelos en cada uno de ellos), mayor es la fiabilidad textual y menos oportunidades tuvo el contenido transcrito de ser cambiado a través de los años. La multiplicidad de las copias también puede ser agrupada en tipos de textos, con algunos de ellos propuestos como los más cercanos al hipotético origen. Las diferencias suelen extenderse a variaciones menores y pueden incluir, por ejemplo, desde interpolaciones de material central hasta asuntos de historicidad y doctrina, como ocurre al final del capítulo 16 del Evangelio de Marcos.
Los libros que comprenden la Biblia hebrea y el Antiguo Testamento (no exactamente iguales entre sí) están escritos en su mayor parte en hebreo bíblico y en algunos casos en arameo bíblico. Han llegado a la actualidad en distintas versiones, siendo las principales el texto masorético, los 47 libros de la Septuaginta (tradición al griego usada en el judaísmo por los judíos helenizados desde el siglo III a. C. hasta el siglo V d. C. y todavía usada en la cristiandad oriental) y el Pentateuco samaritano. Las diferencias entre esas tres tradiciones son útiles para la reconstrucción más ajustada del texto original y para trazar la historia intelectual de las distintas comunidades judías y cristianas. El fragmento más antiguo conservado es un pequeño amuleto de plata datado ca. 600 a. C., que contiene una versión de la bendición sacerdotal o bendición aaronita (ברכת כהנים, birkat kohanim): "Que el Señor haga resplandecer su rostro sobre ti..."
Según la teoría dominante (denominada "primacía griega"), el Nuevo Testamento fue escrito originalmente en koiné griega. Se conservan 5,650 copias manuscritas en esa lengua, mientras que en latín (la mayor parte en la versión Vulgata) se conservan unas diez mil. Sumadas a las escritas en otras lenguas, el total de copias manuscritas es de unas 25,000. En comparación, otros textos antiguos se han conservado en muchas menos copias: el siguiente sería la Ilíada de Homero, del que se conservan 643. El hecho de que estos textos sean los más conservados se debe tanto a su difusión y popularidad, como a haber sido más cuidadosamente custodiados que otros.
Cuando se hace una comparación entre las siete principales ediciones críticas del Nuevo Testamento griego, versículo por versículo (Tischendorf, Westcott-Hort, Von Soden, Vogels, Merk, Bover, y Nestle-Aland), el 62.9% de los versículos están libres de variantes.
La forma canónica de los cuatro evangelios (Tetramorfos) fue propuesta inicialmente por Ireneo de Lyon hacia el año 180. El resto de los muchos evangelios existentes fueron considerados "no-canónicos" o evangelios apócrifos. En su carta de Pascua del año 367, Atanasio de Alejandría proporciona una lista de obras que coincide exactamente con lo que pasó a ser el canon del Nuevo Testamento, y usó la expresión "sean canonizados" (kanonizomena) en relación con ellos. El Concilio de Roma de 382, bajo la autoridad del papa Dámaso I fijó ese canon de forma idéntica, y tomó la decisión de encargar la traducción al latín que sería conocida como Vulgata (ca. 383), hecho que fue decisivo para la fijación del canon en la cristiandad occidental.
La Biblia hebrea o Antiguo Testamento no es un único libro, sino una colección de textos, la mayor parte anónimos, y en su mayor parte producto de re-elaboraciones más o menos extensas antes de alcanzar su forma actual. Pertenecen a muy distintos géneros literarios; aunque se pueden distinguir entre ellos tres distintos bloques que se aproximan en forma a lo que podría entenderse como una historia narrativa en sentido moderno.
La historia de la Creación del mundo y la Creación del hombre se describe con detalle cronológico (siete días). El pecado original causa la expulsión del Paraíso y el inicio de las generaciones de los hombres, que con el Diluvio universal se exterminan, a excepción de Noé y sus descendientes, que vuelven a poblar la Tierra. Tras un nuevo castigo (la "confusión de las lenguas" en la torre de Babel), Dios escoge a Abraham para fundar su pueblo elegido (a través de su hijo Isaac y su nieto Jacob -llamado "Israel"-) y concederle Canaán, la tierra prometida (significativamente, en la narración de los mismos hechos por el Corán es Ismael y no Isaac el que transmite la condición de elegidos de Dios, en este caso al pueblo árabe). En el relato bíblico, los descendientes de los doce hijos de Jacob, convertidos en las doce tribus de Israel pasan largos años de cautividad de Egipto, de donde son milagrosamente liberados por las plagas con que Dios castiga a los egipcios; Moisés los dirige durante un prolongada travesía del desierto durante la que recibe los Diez Mandamientos.
Las doce tribus se reparten la tierra de Canaán, conquistada bajo el liderazgo de Josué, sucesor de Moisés. El Libro de los Jueces describe un estado de constantes conflictos e inseguridad, hasta que el profeta Samuel unge a Saúl como rey de todo Israel. Saúl demuestra no ser digno, con lo que Dios elige a David como sucesor. Bajo este nuevo rey, los israelitas consiguen unificarse y derrotar a sus enemigos, conquistando un reino de grandes dimensiones, que Salomón, hijo de David, gobierna con sabiduría, consiguiendo la paz y la prosperidad. Se levanta un impresionante Templo de Jerusalén. Los sucesores de Salomón no mantienen la unidad y el reino se divide entre el reino de Judá al sur y el reino de Israel al norte, que caerán bajo poderes extranjeros: la cautividad de Nínive y la cautividad de Babilonia, al comienzo de la cual Nabucodonosor II destruye el Templo.
Crónicas comienza con la recensión de la historia pentatéutica y deuteronómica, con algunas diferencias de detalle. Introduce nuevo material que sigue a la caída de Jerusalén: los babilonios, que han destruido el Templo y han llevado a los judíos (el pueblo del reino de Judá) cautivos a Babilonia (donde Dios les ha seguido dando muestras de su poder, realizando prodigios), son derrotados por los persas. Ciro emite un decreto que libera a los judíos y permite reconstruir el Templo, donde las Leyes de Moisés son leídas al pueblo.
Varios otros libros proporcionan información que puede ser vista como histórica o puesta en un contexto histórico, aunque no se presentan a sí mismos como historias narrativas.
Los profetas Amós y Oseas cuentan en sus libros hechos que suceden en el reino de Israel durante el siglo VIII; el profeta Jeremías lo hace sobre los acontecimientos previos y posteriores a la caída del reino de Judá; el profeta Ezequiel sobre la cautividad de Babilonia; y otros profetas sobre varios periodos, usualmente a los que dicen ser contemporáneos.
Algunos libros se incluyen en unos cánones pero no en otros. Entre ellos, los Libros de los Macabeos son narraciones históricas de los acontecimientos del siglo II a. C. Otros no son históricos en orientación, pero se sitúan en contextos históricos o retoman historias anteriores, como el Libro de Enoc, una obra apocalíptica del siglo II a. C.
La autoría de los libros del Nuevo Testamento es un tema de bastante complejidad, y en él es difícil separar lo estrictamente académico de las creencias personales, que muestran tendencia a intentar descartar más o menos (según el caso) las tradiciones.
La autoría de las epístolas paulinas (excluyendo la Epístola a los hebreos, que en realidad ni siquiera es una epístola), hace mucho tiempo que está sujeta a debate: siete de ellas son unánimemente aceptadas como auténticas, pero las otras seis ya no suscitan un consenso tan amplio. Mayor consenso académico encontramos sobre la autoría de las demás epístolas neotestamentarias, que buena parte de los eruditos actuales consideran pseudónimos autógrafos escritos al menos una generación más tarde de los hechos que recogen. En cuanto a los evangelios, en el texto de ninguno de ellos aparece la firma del autor, pero ya en la iglesia primitiva surgieron tradiciones sobre su autoría, que han sido sujetas a un debate muy intenso; y sea como sea, sí está claro que una misma persona escribió Lucas y Hechos de los Apóstoles. El autor del Apocalipsis sí firma como Juan, pero al no dar más datos sobre sí mismo, su identidad también ha suscitado debate.
En las narraciones evangélicas (literalmente "buena noticia") se localiza a Jesús en lugares más o menos concretos (Belén, Nazaret, Egipto, Galilea y Jerusalén), y se le vincula a personajes históricos de posible localización temporal (César Augusto -cuyo censo se utiliza para explicar su nacimiento en Belén "cuando Quirino gobernaba la Siria", quizá el año 6 después de Cristo-, Herodes el Grande -un rey particularmente cruel, muerto el año 4 antes de Cristo, al que el relato evangélico atribuye la recepción a los Reyes Magos y la matanza de los Inocentes-, Herodes Antipas -tetrarca de Galilea hasta el año 39 después de Cristo, que en el relato evangélico manda apresar al Bautista y matarlo, por instigación de Herodías y Salomé-, Poncio Pilato -el gobernador romano de Judea ente los años 26 y 36, que dirige el proceso judicial a Jesús-), pero con imprecisiones que no terminan de ajustarse claramente, provocando algunas dudas cronológicas (hasta Beda el Venerable no se estableció la fecha de nacimiento de Cristo usada desde entonces para establecer la era cristiana o Anno Domini, en el 3,952 Anno Mundi -de la creación del mundo según la cronología bíblica-, y que en el cómputo simplificado de San Agustín -el llamado sex aetates mundi, "seis edades del mundo"- se situaba en el 5,000 Anno Mundi, quedando un último milenio hasta la segunda venida y el fin del mundo). Al nacimiento de Jesús, rodeado de hechos sobrenaturales, y a los primeros treinta años de vida familiar (la denominada "vida privada de Jesús", poco reflejada en los Evangelios canónicos), sigue una "vida pública de Jesús", caracterizada por su predicación y milagros, y que culmina con su Pasión, muerte y resurrección, tras la que encarga a sus discípulos la "gran comisión" y asciende al Cielo, donde está sentado a la derecha de Dios Padre. Tras otro acontecimiento sobrenatural, el Pentecostés, los apóstoles extienden el mensaje cristiano, entre persecuciones y martirios, tanto entre los judíos como entre los gentiles, hasta la propia Roma.
Las Epístolas (literalmente "cartas") se ocupan principalmente de teología, pero sus argumentos se presentan en forma de "historia de la teología". El Apocalipsis trata de temas escatológicos (el Juicio Final y el Fin del Mundo).
Antes del siglo XIX, el análisis textual de la propia Biblia era la única herramienta disponible para extraer y evaluar cualquier dato histórico que pudiera contener. A partir de entonces se ha producido una proliferación de nuevas fuentes de datos y herramientas analíticas, incluyendo:
El propio significado del término "historia" depende del contexto social e "histórico". Paula McNutt, por ejemplo, propone que el Antiguo Testamento "no registra la 'historia' en el sentido en que la historia se entiende en el siglo XX... El pasado, para los escritores bíblicos, así como para los lectores de la Biblia del siglo XX, cobra significado sólo cuando se le considera a la luz del presente, y quizá de un futuro idealizado" (p. 4).
La historia bíblica también ha diversificado su enfoque durante la Edad Contemporánea. El proyecto de la escuela de arqueología bíblica asociado con W.F. Albright, que busca validar la historicidad esencial de los eventos narrados en la Biblia a través de los textos antiguos y los restos materiales recogidos por todo el Próximo Oriente, tiene un enfoque más específico comparado con el más expansivo de la historia descrita por el arqueólogo William Dever.
Discutiendo la función de su disciplina en la interpretación del registro bíblico, Dever ha señalado múltiples historias en la biblia, incluyendo la historia de la teología (la relación entre Dios y los creyentes), la historia política (en su versión más tradicional: listado de reyes, héroes y santos, "grandes hombres" -"Great Men"-), la historia narrativa (cronología de acontecimientos), la historia intelectual (ideas y su desarrollo, contexto y evolución), la historia social y cultural (instituciones, incluyendo el apuntalamiento social en familia, clan, tribu, clase social y Estado), la historia cultural (globalmente: evolución cultural, demografía, estructura socioeconómica y política, etnicidad), historia de la tecnología (técnicas con las que los grupos humanos se adaptan a explotar y hacer uso de los recursos de su ambiente), la historia natural (cómo los grupos humanos descubren y se adaptan a los hechos ecológicos de su entorno natural), y la historia material (los denominados "artefactos" como correlatos de los cambios en el comportamiento humano ).
Un desafío especial para establecer la historicidad de la Biblia es las agudas diferencias entre las perspectivas sobre las relaciones entre historia narrativa y significado teológico. " negamos que la infabilidad e inerrancia bíblicas estén limitadas a temas espirituales, religiosos o redentoriales, con exclusión de las aserciones en los campos de la historia y de la ciencia. Más aún, negamos que las hipótesis científicas sobre historia de la Tierra puedan usarse propiamente para enmendar las enseñanzas de la Escritura sobre la Creación y el Diluvio". Pero prominentes eruditos han expresado puntos de vista diametralmente opuestos: "Las historias sobre la promesa dada a los patriarcas en el Génesis no son históricas, ni intentan ser históricas; son más bien expresiones históricamente determinadas sobre Israel y las relaciones de Israel con su Dios, dadas en formas legítimas en su tiempo, y su verdad no reside en su factidad, ni en su historicidad, sino en su capacidad de expresar la realidad que Israel experimentó".
Este choque de puntos de vista, aparentemente irreconciliables, es más agudo en las cuestiones de mayor significado político contemporáneo (como la promesa de la tierra que Dios hace a Abraham) y de importancia teológica (nacimiento virginal o resurrección de Jesús), que también son los "eventos" que han probado ser menos susceptibles de confirmación extra-bíblica.
Desde al menos San Agustín (354–430) ha habido una tradición alegorista, con interpretaciones "claramente en desacuerdo con lo que se percibe comúnmente en el evangelismo como la visión tradicional del Génesis." La tradición judía también ha mantenido una tendencia crítica entre las distintas aproximaciones a la historia bíblica. El influyente filósofo medieval Maimónides mantuvo una ambigüedad escéptica hacia la creación ex nihilo y consideraba la historia de Adán "más como una antropología filosófica que una narración histórica cuyo protagonista fuera el primer hombre". Los filósofos griegos Aristóteles, Critolao y Proclo habían sostenido que el mundo era eterno.
Durante la Edad Moderna, la utilización de argumentos bíblicos era parte (no única, pero sí importante) de la resistencia a la introducción de nuevas ideas científicas, como el heliocentrismo de Copérnico, Kepler y Galileo: el geocentrismo ptolemaico parecía estar sostenido por la literalidad de los relatos de la creación de sol y luna el día cuarto de la Creación (Génesis 1:14-19) o de la batalla de Gabaón (Josué, 10:12-13). Los propios científicos afectados, con excepción de Giordano Bruno, que murió en la hoguera, se cuidaron mucho de no cuestionar el texto bíblico en sí. Ni siquiera Isaac Newton pretendía que su sistema de explicación del Universo afectara de algún modo a la Biblia; pero a partir de finales del siglo XVII la revolución científica y la crisis de la conciencia europea fueron dando paso a una sensibilidad pre-ilustrada, cada vez más escéptica, incluso en lo que respectaba al propio concepto de "religión revelada". Para mediados del siglo XVIII los philosophes y enciclopedistas, autodefinidos como "librepensadores" defendían posturas religiosas muy alejadas de cualquiera de las ramas tradicionales del cristianismo (panteísmo, deísmo), cuando no el agnosticismo o el ateísmo. Voltaire, que consideraba "superstición" cualquier creencia no sostenida por la razón, se dedicó a señalar las contradicciones religioso-científicas de su tiempo:
Si un pobre filósofo, con la mejor intención del mundo, pretende que la tierra gira, o imagina que la luz proviene del sol, o supone que la materia puede tener algunas propiedades que nosotros no conocemos todavía, le llaman impío y le acusan de perturbador de la paz pública; pero en cambio traducen los libros Ad usum Delfini y las Turculanas de Cicerón y de Lucrecio, que son dos cursos completos de irreligión.Los tribunales no creen ya en los poseídos y se burlan de los brujos, pero queman en la hoguera por sortilegio a Ganfridi y a Grandier ...
El escéptico filósofo Bayle fue perseguido hasta en Holanda, y La Mothe, que era más escéptico que aquél y menos filósofo, fue preceptor del rey Luis XIV y del hermano de éste. Mientras ahorcaban en efigie a Gourville en París, era embajador de Francia en Alemania.
El nacimiento de la geología estuvo marcado por la publicación de la obra de James Hutton Theory of the Earth en 1788. Marcó el inicio de una revolución intelectual o cambio de paradigma que destronó al libro del Génesis como autoridad científica e histórica. El primer punto en quedar superado fue la propia historia de la Creación, de tal modo que a comienzos del siglo XIX "ningún científico responsable defendía la credibilidad literal de la narración mosaica de la creación". (p. 224) La disputa entre uniformitarismo y catastrofismo mantuvo la hipótesis del Diluvio universal como un punto científico a debatir, hasta que Adam Sedgwick, presidente de la Geological Society, retiró públicamente su apoyo previo a ella en su discurso presidencial de 1831:
We ought indeed to have paused before we first adopted the diluvian theory, and referred all our old superficial gravel to the action of the Mosaic Flood. For of man, and the works of his hands, we have not yet found a single trace among the remnants of the former world entombed in those deposits.
La historia del "primer hombre" y sus descendientes estaba ya despojada de cualquier contexto histórico cuando Charles Darwin "naturalizó" el Jardín del Edén con la publicación de El origen de las especies en 1859. La aceptación pública de esta revolución científica sigue siendo un tema de debate, pero dentro de la comunidad científica el evolucionismo pasó a formar parte del consenso; y el Génesis dejó de aceptarse como un libro científico o histórico, restringiéndose a los campos teológico o mitológico.
Un pilar central de la autoridad histórica de la Biblia era la tradicional creencia de que había sido compuesta por los principales actores o testigos de los acontecimientos que describía – el Pentateuco sería obra de Moisés, el Libro de Josué sería del propio Josué, y así con el resto. A partir del Renacimiento, la imprenta, el espíritu crítico del humanismo y la insistencia en la lectura de la Biblia por la Reforma protestante llevaron los textos bíblicos a un público lector cada vez mayor y que tenía a su disposición herramientas intelectuales cada vez más poderosas. En el siglo XVII, la revolución científica y la crisis de la conciencia europea llevaron el clima intelectual al estadio de la Preilustración, con planteamientos cada vez más escépticos.
En la Inglaterra protestante, el filósofo Thomas Hobbes, en Leviathan (1651), negaba la autoría mosaica del Pentateuco, e identificaba los libros de Josué, Jueces, Samuel, Reyes y Crónicas como escritos mucho tiempo después de los acontecimientos que pretendía narrar. Sus conclusiones se basaban en pruebas textuales internas, pero también en un argumento que todavía resuena en el debate moderno: "quiénes fueran los escritores originales de varios libros de la Sagrada Escritura no ha quedado evidenciado por ningún testimonio suficiente de otra historia (que sería la única prueba en realidad).
El filósofo judío y panteísta Baruch Spinoza se hizo eco de las dudas de Hobbes sobre la procedencia de los libros históricos en su Tratado teológico-político (publicado en 1670), elaborado sobre la sugerencia de que la redacción final de esos textos era posterior al cautiverio de Babilonia, bajo los auspicios de Esdras (capítulo IX). Previamente había sido apartado de la comunidad judía de Ámsterdam por el consejo rabínico, acusado de herejía.
El sacerdote francés Richard Simon llevó esas perspectivas críticas a la tradición católica en 1678, observando que "la mayor parte de las Sagradas Escrituras que nos han llegado no son sino compendios y especies de sumarios de actas antiguas que se hubieran llevado en los registros de los hebreos", en lo que es probablemente el primer ejemplo de crítica textual bíblica en el sentido moderno.
En respuesta Jean Astruc, aplicando al Pentateuco métodos de crítica de fuentes ya comunes en el análisis de textos clásicos seculares, detectó cuatro diferentes tradiciones en los manuscritos, aunque todavía consideraba una supuesta redacción original por el propio Moisés. (p. 62–64) Su obra, de 1753, inició la escuela denominada "alta crítica", que culminó en Julius Wellhausen, quien formalizó la hipótesis documentaria en la década de 1870, que, modificada en distintas formas, sigue siendo la forma dominante de entender la composición de los textos bíblicos.
A finales del siglo XIX el consenso erudito era que el Pentateuco fue obra de muchos y distintos autores entre aproximadamente el año 1000 a. C. (época de David) y el año 500 a. C. (época de Esdras), y redactado en torno al año 450 a. C.; y como consecuencia de tales elaboraciones y re-elaboraciones de material, si alguna vez contuvo registros históricos factuales, en la actualidad considerarlo de ese modo es muy problemático – conclusón reforzada por las recientes refutaciones científicas contemporáneas sobre lo que en esa época era ya ampliamente considerado como metodología bíblica.
En las décadas siguientes Hermann Gunkel centró su atención en los aspectos míticos del Pentateuco, y Albrecht Alt, Martin Noth y la escuela de la tradición histórica o criticista, argumentaron que, aunque en su núcleo las tradiciones bíblicas tenían raíces antiguas genuinas, la literalidad bíblica en cuanto marco narrativo era ficción y no historia en el sentido moderno. Aunque la reconstrucción histórica de esta escuela ha sido cuestionada (particularmente la noción de tradición oral como fuente primaria antigua), la mayor parte de su crítica a la historicidad bíblica encontró gran aceptación. La observación de Gunkel acerca de que
si, no obstante, consideramos que figuras como Abraham, Isaac y Jacob fueron personas reales sin fundamento mítico original, eso no significa en absoluto que fueran figuras históricas... Incluso si, como bien podemos asumir, hubo alguna vez un hombre llamado 'Abraham', todo el que conozca la historia de las leyendas está seguro de que la leyenda no está en situación, a la distancia de tantos siglos, de preservar un retrato de la piedad personal de Abraham. La 'religión de Abraham' es, en realidad, la religión de los narradores de la leyenda, que ellos atribuyen a Abraham
ha pasado a ser un lugar común de la crítica bíblica contemporánea.
En Estados Unidos, el movimiento de arqueología bíblica, bajo la influencia de Albright, contraatacó argumentando que el diseño general del marco narrativo era también verídico, tanto que aunque los eruditos no pueden esperar realistamente probar o refutar episodios concretos de la vida de Abraham y los demás patriarcas, sí que fueron individuos reales que pueden ser situados en un contexto probado por el registro arqueológico. Pero cuantos más descubrimientos se hacían y más esperados hallazgos dejaban de materializarse, más evidente se hacía que la arqueología no podía de hecho sustentar las pretensiones de Albright y sus seguidores. En la actualidad, sólo una minoría de eruditos siguen trabajando bajo sus presupuestos, principalmente por razones de convicción religiosa. William Dever declaró en 1993 que "las tesis centrales de Albright han sido todas refutadas, en parte por posteriores avances en crítica bíblica, pero principalmente por las continuadas investigaciones arqueológicas de jóvenes estadounidenses e israelíes a los cuales él mismo había animado e impulsado... La ironía es que, a largo plazo, sería la nueva arqueología 'secular' y no la 'arqueología bíblica' la que más contribuyó a los estudios bíblicos".
La historia académica de la tradición deuteronómica es similar a la del Pentateuco: la escuela criticista sostiene que no se puede utilizar la narrativa bíblica para construir una historia narrativa; la escuela de Albright, estadounidense, sostiene que sí, al contrastarse con el registro arqueológico; y las modernas técnicas arqueológicas demostraron ser cruciales para decidir entre una y otra postura. Un punto crucial es el libro de Josué y su descripción de la rápida y destructiva conquista de las ciudades cananeas. En la década de 1960 quedó claro que el registro arqueológico no se corresponde con tal descripción: las ciudades que la Biblia da por destruidas por los israelitas o estaban deshabitadas en esa época o bien, en el caso de haber sufrido destrucciones, lo hicieron en épocas muy diferentes, y ninguna de ellas en un periodo breve. El ejemplo más destacado es el de "la caída de Jericó".
John Garstang, que excavó en los años 1930, anunció que había encontrado murallas derribadas datables en la época de la bíblica batalla de Jericó. Más adelante, él mismo revisó su datación a un periodo muy anterior. Kathleen Kenyon, basándose en sus excavaciones de comienzo de los años 1950, dató la destrucción de la ciudad amurallada a mediados del siglo XVI a. C., una fecha demasiado temprana para corresponderse con las dataciones habituales, que hacen corresponder el Éxodo con el reinado del "faraón Ramsés". La misma conclusión, basada en el análisis de los resultados de las excavaciones, ha sido obtenida por Piotr Bienkowski. No obstante, Lorenzo Nigro de la Expedición Ítalo-Palestina a Tell es-Sultán ha argumentado recientemente que hubo un asentamiento posterior en el sitio desde el siglo XV a. C. hasta el siglo XIII a. C.
Thomas L. Thompson, un prominente "minimalista", ha escrito:
Los proponentes de esta teoría también apuntan al hecho de que la división de la tierra en dos entidades con capital y en Jerusalén y Siquem respectivamente, nos devuelve a tiempo después del control egipcio de Israel bajo el Imperio Nuevo. La narración bíblica describe la extensión del territorio de Salomón desde el Éufrates al norte hasta el Mar Rojo en el sur; tal cosa hubiera requerido un alto nivel de organización política y militar y un considerable poder en hombres y armas, para la conquista y gobierno de un área tan grande. Sin embargo, el tamaño de la Jerusalén del siglo X a. C. era probablemente insuficiente para ser considerada una ciudad capital de tan gran reino, si bien algunos han cuestionado esto en parte; y en cuanto al resto del territorio de Judá, parece haber tenido escasos asentamientos en este periodo. Para eludir tales dificultades, se arguye que, dado que la ciudad fue destruida y reconstruida aproximadamente de quince a veinte veces desde la época de David y Salomón, fácilmente pueden haberse eliminado varias evidencias que pudieran demostrar su existencia.
Ninguna de las conquistas de David o Salomón se mencionan en documentos históricos contemporáneos. Culturalmente el colapso de la Edad del Bronce es de declive general en toda la región del Levante, lo que hace difícil considerar la existencia de ningún tipo de unidad territorial tan extensa como el presunto reino davídico, cuyos rasgos culturales, políticos y económicos, tal como se describen en el relato bíblico, no son posibles en el siglo XI a. C., sino que más bien parecen los que más tarde podrían encontrarse en el reino que rigieron Ezequías o Josías. Se ha propuesto, para evitar alguna de estas contradicciones, que la mayor parte de las zonas comprendidas en ese gran imperio no serían propiamente un territorio unificado, sino únicamente países tributarios; y, como documentos externos, se ha aducido el descubrimiento de inscripciones en estelas encontradas en el norte del actual Israel y en el oeste de la actual Jordania: la estela de Mesa y la estela de Tel Dan, datadas en 840 a. C. y entre 870 y 750 a. C. respectivamente, que se refieren a la "Casa de David" como dinastía monárquica, y contienen nombres y hechos identificables con nombres y hechos citados en Reyes; pero el debate continúa, al considerarlas unos suficientes y otros insuficientes o inconcluyentes como evidencias de si la monarquía unida, el imperio de Salomón o la rebelión de Jeroboam fueron reales o una construcción ideológica posterior.
Hay un problema con las fuentes para este periodo de la historia. No hay documentos antiguos e independientes aparte de los Libros de Samuel. Según Donald B. Redford, estos libros muestran múltiples anacronismos como para poder ser un registro contemporáneo a los hechos que narran. Por ejemplo, se mencionan armas inexistentes hasta épocas posteriores (1 Samuel 17:4–7, 38–39; 25:13), uso de camellos (1 Samuel 30:17) y de caballería montada (1 Samuel 13:5, 2 Samuel 1:6), hachas y lanzas de hierro (2 Samuel 12:31), sofisticadas técnicas de asedio (2 Samuel 20:15), una tropa gigantesca convocada (2 Samuel 17:1), una batalla con veinte mil muertos (2 Samuel 18:7) y referencias a sirvientes y paramilitares khusitas (cuando estos no aparecen hasta la dinastía XXVI de Egipto, en el último cuarto del siglo VIII a. C.). No obstante, Alan Millard sostiene que esos elementos de la narrativa bíblica no son anacrónicos.
La historicidad del Nuevo Testamento, que incluye las enseñanzas de Jesús, es también un tema habitual de debate entre los eruditos bíblicos. La denominada "búsqueda del Jesús histórico" comenzó en el siglo XVIII, y no se ha detenido. Entre las obras de los años 1980 y 1990 destacan las de J. D. Crossan, James D. G. Dunn, John P. Meier, E. P. Sanders y N. T. Wright.
En el ámbito católico hispanohablante ha sido muy debatida la obra de José Antonio Pagola Jesús, aproximación histórica (2007), que ha recibido esta calificación por la Conferencia Episcopal Española (2013): «aun no conteniendo proposiciones directamente contrarias a la fe, es peligroso a causa de sus omisiones y de su ambigüedad. Su enfoque metodológico ha de considerarse erróneo, por cuanto, separando al llamado "Jesús histórico", del "Cristo de la fe", en su reconstrucción histórica elimina preconcebidamente todo cuanto excede de una presentación de Jesús como "profeta del Reino"».
Los textos más antiguos del Nuevo Testamento que se refieren a Jesús no son los Evangelios sino las Epístolas paulinas, y se suelen datar en torno a los años 50 del siglo I. Las breves referencias que se hacen en ellas a la vida de Jesús son de poca ayuda para determinar su factualidad, aunque algunas contienen referencias a la información que llegó a Pablo de testigos directos.
Los descubrimientos de los rollos del Mar Muerto han arrojado luz sobre el contexto de la Judea romana del siglo I, especialmente de la diversidad dentro de las creencias judías, así como de las enseñanzas y expectativas que tenían en común. Por ejemplo: la espera de la llegada del Mesías, las bienaventuranzas del Sermón de la Montaña y muchos otros puntos del cristianismo primitivo están presentes en el judaísmo apocalíptico del periodo. Estos hallazgos han situado el cristianismo primitivo mucho más en sus raíces judías de lo que se suponía previamente. En la actualidad se considera que el judaísmo rabínico y la cristiandad primitiva son sólo dos de las muchas ramas del judaísmo que sobrevivieron hasta la revuelta judía del año 66 o 70 después de Cristo.
La mayoría de los eruditos bíblicos contemporáneos sostienen que los Evangelios canónicos fueron escritos entre el año 70 y el 100 o el 110 después de Cristo, cuatro u ocho décadas después de la Crucifixión, aunque basándose en textos y tradiciones orales anteriores, como la llamada "fuente Q", los Logia Iesu y otros "evangelios"; fuentes que algunos eruditos consideran recopilaciones de testimonios de testigos directos, mientras que otros lo niegan. Las primeras referencias no cristianas a Jesús son escasas y algo tardías (el Testimonium Flavianum -de Flavio Josefo, en Antigüedades judías, libros 18 y 20, escrito hacia el año 94- y las referencias de Tácito -en Anales, libro 15, capítulo 44, escrito hacia el año 116-). Casi toda la crítica histórica coincide, no obstante, en que Jesús es un personaje histórico localizable en Galilea alrededor del año 30 de la era actual, que lideró a un grupo de seguidores que le consideraban una figura sobrenatural, y que fue sentenciado a muerte por las autoridades romanas, posiblemente acusado de insurrección.
Muchos eruditos han argumentado que el redactor del Evangelio de Marcos muestra un desconocimiento de la geografía y el contexto político y religioso de la Judea de tiempos de Jesús; esto sustenta la opinión, en la actualidad la más común, de que este desconocido Marcos sería alguien lejano tanto geográfica como históricamente de los hechos que narra, aunque hay eruditos, como Craig Blomberg, que siguen aceptando la visión más tradicional. J. A. Lloyd sostiene que investigaciones arqueológicas recientes en la región de Galilea muestran que el itinerario de Jesús descrito por Marcos es histórica y geográficamente plausible. El uso de expresiones que pueden calificarse como "torpes" o "rústicas" hacen que su evangelio parezca "iletrado" o incluso "crudo". Se ha sugerido que tal cosa podría deberse a la influencia del apóstol Pedro, un pescador. Los autores de los evangelios de Mateo y de Lucas usaron el de Marcos como fuente, cambiando y "mejorando" las peculiaridades y "crudezas" de éste.
La ausencia de referencias a la denominada vida oculta de Jesús antes de su encuentro con Juan el Bautista ha suscitado muchas especulaciones. Parecería que parte de la explicación podría residir en el conflicto que, en los primeros tiempos de la Iglesia, mantuvieron Pablo de Tarso y los desposyni ebionim, liderados por Santiago el Justo (al que llama "el hermano del Señor", lo que ha suscitado controversia sobre la posible existencia de hermanos de Jesús).
La historicidad de Hechos de los Apóstoles, la fuente primaria para el periodo apostólico, es un tema de importancia para los eruditos bíblicos y los historiadores de la cristiandad primitiva. Mientras algunos de ellos consideraran Hechos de los Apóstoles como un libro extremadamente exacto y corroborado por la arqueología, otros lo consideran inexacto y en conflicto con las Epístolas paulinas. Hechos retrata a Pablo más cercano a la cristiandad judía, mientras que las Epístolas lo presentan más conflictivo, como en el incidente de Antioquía.
Una lectura culta del texto bíblico requiere el conocimiento de cuándo fue escrito, por quién y con qué propósito. Por ejemplo: muchos eruditos concuerdan en que el Pentateuco se generó en algún momento poco después del siglo VI a. C. Una hipótesis muy extendida apunta al reinado de Josías (siglo VII a. C.); según esta hipótesis, los acontecimientos narrados en el Éxodo habrían pasado siglos antes de haber sido puestos por escrito.
Un importante punto a tener en cuenta es la hipótesis documentaria, que, usando la propia evidencia bíblica, pretende demostrar que nuestra actual versión del texto bíblico está basada en fuentes escritas más antiguas, que se han perdido. Aunque esta hipótesis ha sido ampliamente modificada con el tiempo, muchos eruditos la aceptan de una u otra forma. También los hay que la rechazan, como el egiptólogo Kenneth Kitchen y los eruditos Umberto Cassuto, Joshua Berman y Gleason Archer.
La principal fractura en el campo de los estudios bíblicos en los últimos tiempos ha sido la existente entre las escuelas "maximalista" y "minimalista", denominaciones no aceptadas por los académicos no fundamentalistas, que la consideran un intento de los cristianos "conservadores" de presentar un debate bipolar, en el que hay que tomar partido por un bando, en la presunción de que sólo uno de ellos puede ser el correcto.
Recientemente las diferencias entre ambas escuelas se han reducido, presentándose una vía media en la obra The Quest for the Historical Israel: Debating Archaeology and the History of Early Israel, de Israel Finkelstein, Amihai Mazar, y Brian B. Schmidt; donde proponen que la arqueología "post-procesual" nos permite reconocer la existencia de un espacio compartido por ambas posturas, de modo que ninguna de ellas deba ser rechazada por completo. La arqueología es ambivalente: ofrece confirmación de parte del registro bíblico, pero también desafía las interpretaciones "ingenuas". El examen cuidadoso de las evidencias materiales demuestran que la narración bíblica aumenta su precisión durante el reinado de Josías, mientras que disminuye a medida que se aleja hacia atrás en el tiempo a partir de esa época; lo que confirmaría que en ella se habría producido una redacción mayor del texto bíblico.
En general, los "minimalistas" sostienen que la Biblia es una obra teológica y apologética, y las historias que narra son de carácter etiológico. Las situadas en periodos más antiguos tendrían una base histórica, que sería reconstruida siglos más tarde, y sólo poseen pequeños fragmentos de genuino registro histórico: por definición, las que puedan ser verificadas por la arqueología. Desde este punto de vista, las historias de los patriarcas son ficticias, siendo los propios patriarcas meros epónimos legendarios que describen realidades históricas posteriores. Más aún, sostienen que las doce tribus de Israel son un constructo ideológico posterior a la época en que supuestamente se generaron, las historias de David y Saúl se modelaron sobre ejemplos irano-helenísticos, y, como no hay evidencia arqueológica de la existencia en esa época de un reino unificado de Israel "entre el Éufrates y Eilat", sino más bien lo contrario, tal entidad política no debió existir.
En libros publicados, uno de los primeros que abogaron por la postura minimalista fue Giovanni Garbini (Storia e ideologia nell'Israele antico, 1986). En sus notas sigue a Thomas L. Thompson (Early History of the Israelite People: From the Written & Archaeological Sources, 1992), y a P. R. Davies (In Search of 'Ancient Israel' , 1992); quien decía encontrar el Israel histórico sólo en los restos arqueológicos, al Israel bíblico sólo en la Escritura, y a las reconstrucciones actuales del "antiguo Israel" como una amalgama inaceptable de ambas. Thompson y Davies ven la entera Bibia hebrea o Antiguo Testamento como la creación imaginativa de una pequeña comunidad de judíos en Jerusalén durante el periodo que la Biblia asigna a la reconstrucción del Templo tras la cautividad de Babilonia, a partir del año 539 a. C. Niels Peter Lemche, compañero de facultad de Thompson en la Universidad de Copenhague, también refleja en varias de sus obras la influencia de Thompson (The Israelites in history and tradition, 1998). La presencia de Thompson y Lemche en la misma institución ha llevado a acuñar la etiqueta "escuela de Copenhague". El efecto del minimalismo bíblico desde 1992 son debates con más de dos puntos de vista.
No hay controversia académica sobre la historicidad de los eventos bíblicos posteriores a la cautividad de Babilonia (siglo VI a. C.), pero sí sobre los anteriores. Las posiciones de "maximalistas" y "minimalistas" se enfrentan principalmente en torno al periodo de la monarquía (entre los siglos X y VII a. C.) La posición maximalista sostiene que el registro de los hechos de la monarquía unida (Saúl, David y Salomón) deben considerarse histórico en su mayor parte.
En 2001, Israel Finkelstein y Neil Asher Silberman publicaron La Biblia desenterrada ("La Biblia desenterrada - Nueva visión arqueológica del antiguo Israel y el origen de sus textos sagrados"), donde abogan por una vía media entre maximalismo y minimalismo, tendiente más hacia el último, suscitando la furibunda oposición de muchos conservadores. En el ejemplar del 25 aniversario de la Biblical Archeological Review (marzo/abril de 2001), el editor, Hershel Shanks, citó a varios eruditos bíblicos que insistían en que el minimalismo estaba agonizando, aunque los líderes de la escuela minimalista lo niegan, proponiendo en cambio el lema We are all minimalists now ("ahora todos somos minimalistas").
Philip Davies, "Beyond Labels: What Comes Next?"
The fact is that we are all minimalists -- at least, when it comes to the patriarchal period and the settlement. When I began my PhD studies more than three decades ago in the USA, the 'substantial historicity' of the patriarchs was widely accepted as was the unified conquest of the land. These days it is quite difficult to find anyone who takes this view.
In fact, until recently I could find no 'maximalist' history of Israel since Wellhausen. ... In fact, though, 'maximalist' has been widely defined as someone who accepts the biblical text unless it can be proven wrong. If so, very few are willing to operate like this, not even John Bright (1980) whose history is not a maximalist one according to the definition just given.Lester L. Grabbe, "Some Recent Issues in the Study of the History of Israel"
Sin embargo, otros autores han negado esas afirmaciones:
Avraham Faust, "Between the Biblical Story and History"
En 2003, Kenneth Kitchen, un erudito que adopta un punto de vista más maximalista, publicó On the Reliability of the Old Testament. Kitchen aboga por la verosimilitud de la mayor parte (aunque no de todas) de la Torá y en términos crudos critica la obra de Finkelstein y Silberman.
Jennifer Wallace describe el punto de vista del arqueólogo Israel Finkelstein en su artículo Shifting Ground in the Holy Land, (Smithsonian Magazine, mayo de 2006):
No obstante, a pesar de los problemas con el registro arqueológico, algunos maximalistas sitúan a Josué a mediados del segundo milenio, justo cuando el Imperio egipcio controlaba Canaan, y no en el siglo XIII, como Finkelstein o Kitchen proponen, y ven los estratos de destrucción del periodo como una corroboración de la narración bíblica. La destrucción de Hazor a mediados del siglo XIII es vista como corroboración de la narración bíblica de su destrucción posterior, la llevada a cabo por Débora y Barak, que se narra en el Libro de los Jueces. La localidad a la que Finkelstein se refiere como "Ai" es generalmente descartada como posible localización de la Ai bíblica, ya que fue destruida y enterrada en el III milenio a. C. Tal destacado sitio ha sido conocido por ese nombre desde al menos la época helenística, si no antes. Los minimalistas sostienen que las narrativas de las destrucciones son explicaciones etiológicas escritas siglos después de los hechos que dicen registrar.
Para la monarquía unida tanto Finkelstein como Silberman aceptan que David y Salomón fueron personas realmente existentes, jefes tribales de zonas montañosas de Judá hacia el siglo X, y de ninguna manera pudieron ser reyes de un amplio territorio con capital en Jerusalén, dado que tal entidad política no tuvo existencia en ese periodo.
La Biblia recoge que Jehosafat, un contemporáneo de Ahab, ofreció hombres y caballos para las guerras del reino septentrional contra los arameos. Estrechó sus relaciones con el reino septentrional con una alianza matrimonial: la princesa israelita Atalia, hermana o hija del rey Ahab, se casó con Jehoram, el hijo de Jerosafat (2 Reyes 8:18). La Casa de David en Jerusalén se vinculaba así con la realeza israelita de Samaria, que aparentemente la dominaba. De hecho, podemos sugerir que este matrimonio de Judá representa el despegue del Norte. Así, en el siglo IX a. C. -cerca de un siglo después de la presunta época de David- podemos finalmente señalar la existencia histórica de una gran monarquía unida de Israel, que comprende desde Dan en el norte hasta Beer-sheba en el sur, con conquistas territoriales significativas en Siria y Transjordania. Pero esta monarquía unida -una verdadera monarquía unida- fue gobernada por los Ómridas, no por los Davídidas, y su capital fue Samaria, no Jerusalén.
Otros, como David Ussishkin argumentan que los que siguen la descripción bíblica de una monarquía unida lo hacen basándose en evidencias limitadas, mientras esperan descubrir pruebas arqueológicas reales en un futuro. Gunnar Lehmann sugiere que también es posible que David y Solomon fueran jefes tribales locales de alguna importancia, y que la Jerusalén de la época fuera una pequeña ciudad en una zona de población dispersa en la que las alianzas tribales formaran la base de la sociedad. Va incluso más allá al proponer que Jerusalén sería un pequeño centro regional, uno de los tres o cuatro que existirían en el territorio de Judá, y que ni David ni Salomón tendrían el poder o la estructura social, política y administrativa requerida para gobernar la clase de imperio que se describe en la Biblia.
Estos puntos de vista son fuertemente criticados por William G. Dever, Helga Weippert, Amihai Mazar y Amnon Ben-Tor.
André Lemaire sostiene que los puntos principales de la tradición bíblica en relación con Salomón son ciertos, como también cree Kenneth Kitchen, que argumenta que Salomón rigió un "mini-imperio" comparativamente rico, y no una pequeña ciudad-estado.
Recientemente Finkelstein, junto con el más conservador Amihai Mazar, han explorado sus zonas de acuerdo y desacuerdo, existiendo señales que parecen indicar que la intensidad del debate entre maximalistas y minimalistas está disminuyendo. También parece decir lo mismo Richard S. Hess, que indica que de hecho hay una gran variedad de puntos de vista entre maximalistas y minimalistas. Jack Cargill ha mostrado que los libros de texto de gran difusión no sólo están desactualizados en los hallazgos arqueológicas, sino que no reflejan correctamente la diversidad de puntos de vista sobre la cuestión. Megan Bishop Moore y Brad E. Kelle dan un panorama sobre la controversia, especialmente durante el periodo que va de mediados de los ochenta hasta 2011.
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